domingo, enero 15, 2006

De cómo llegó Marita a mi vida (Capítulo V)

Pasó un tiempo. El último post fue el 24 de Diciembre, tiempo bastante largo si pensamos que en el medio hubo mucha fiesta, mucha joda y mucha fiebre. Pero ni siquiera fue un mes, así que no jodan, no es para tanto. Me preguntaba cuál podría ser la mejor forma de comenzar el año en el blog, qué post habría de ser el inaugural. Y dada las circunstancias, el hecho de que no sé qué escribir, y la cercanía del re-encuentro, me pareció propicio escribir el quinto y emocionante capítulo de esta historia de nunca acabar.
Los días pasaban, y la hora de la despedida se acercaba. Sabíamos que el viaje a España ya no era una quimera, sino una realidad. Yo sentía una opresión en el pecho... ¿Tristeza? No, es que había comido mucho.
Antes de que la muchacha se retirara de nuestro bendito pais, le encomendé pasar por mi humilde hogar por última vez... había un regalo de cumpleaños que le debía, y no quería tenerlo guardando polvo por 2 años (o más, en ese entonces no lo sabía). Dicho regalo no era ninguna sorpresa, porque yo ya le había dicho qué iba a darle, y porque, me enteraría años después, a Marita... bueno... no le gustan las sorpresas... así que, una vez más en mi querido hogar, y tras un bello acto emotivo (léase, decirle "Esperá que lo busco") le entregué mi primer copia, casi reliquia, de "Mafalda Inédita". Uno creería que yo me desprendía de un artículo de gran valor sentimental para mí, sabiendo de mi fanatismo por el personaje de Quino. Pero resulta que yo había perdido ese libro, así que me lo compré de nuevo y, ley de Murphy mediante, a los días de habérmelo comprado de nuevo, lo encontré. Así que me sobraba uno, y como a mí no me gusta ocupar lugar al pedo (por eso vivo de rodillas y con los brazos cruzados), le regalé la primer edición que tenía... ¿Por qué? Porque estaba hecho mierda y le faltaban hojas, y no iba a regalarle el nuevito que tan lindo estaba.
Ah, pero para sumarle valor, le firmé la primer hoja como si yo fuera el autor, convirtiendolo así, no solo en un libro de gran caracter sentimental, sino en algo que jamás podría vender a nadie.
Y llegaba la hora de la despedida... yo le había dicho "Nos vemos en un par de años", pero ella insistió que vaya a despedirla a Ezeiza. Yo primero me resistí un poco, pero finalmente accedí... era mi oportunidad para comprar un Toblerone de los grandes.
La despedida fue emotiva, hubo llantos, risas, abrazos y mucho amor. O al menos una de ellas. Mientras todo el mundo abrazaba acongojado a Marita, yo le dí un apretón de manos al maese, porque me dio penita verlo ahí, solo, sin que nadie le diera bola, como cuando aparecía Wham! en escena y todo el mundo le daba bola a George Michael. Entonces la locutora del aeropuerto dijo "Vuelo KB32 con destino a alguna parte de España, o quizás con una escala antes, no me acuerdo, abordar por la puerta 6. Sí, ese es tu vuelo, boluda, dejá de despedirte. Y vos, maese, no te comas todo el chocolate que es para regalar". Me pareció un poco confianzuda la locutora esa, así que le dije a Marita: "Che, esa mina se fue al carajo... decile al maese que deje el chocolate y la emboque". Pero era demasiado tarde... el maese, en un ataque de ira, empezó a darle de patadas a un parlante creyendo que adentro estaba un enanito que es el que hablaba.
Finalmente, la hora llegó, Marita se subió a un avión, yo me subí al auto e IBM subió dos puntos.
Y ahora, poco más de dos años después, el cielo de Buenos Aires vive cubierto de nubes. La tormenta azota el cielo sin pudor, una y otra vez. La lluvia, asesina, cae precipitadamente al suelo mojando todo a su paso. Señal de que algo se acerca... señal de que, este jueves, Marita vuelve a Argentina...

En próximos capítulos, simplemente, sabremos qué miles y miles de locuras ocurrirán en el mes que Marita esté de nuevo en la tierra del dulce de leche y Piñón Fijo.

Continuará