viernes, febrero 24, 2006

De cómo encontrar la inspiración en la ventana.

La lluvia no es, solamente, "agua que cae del cielo". Lluvia es un concepto, es un proceso, no una simple precipitación que pasa cada tanto. El acto de la lluvia, el "uia, está lloviendo" lleva consigo varias cosas, a saber: Cerrar la ventana de la pieza antes que entre agua y acordarse de entrar la ropa del balcón para que no se moje; bajar las persianas si llueve muy fuerte para que no filtre agua, y no olvidarse de la ropa; prender las luces de la casa porque ahora con todas las persianas bajas no se ve un carajo, y recordar que tenemos que entrar la ropa; poner TN para ver la temperatura al divino pedo porque con todo herméticamente cerrado, la temperatura exterior no la sentimos, pero necesitamos saberla para poder decir en voz alta "18 grados! Qué tiempo loco!", e ir al balcón a entrar la ropa; desesperarse porque la persiana del balcón, que muy fácil bajó, ahora no quiere subir, y pensar que del otro lado se está mojando la ropa; decidir que, al fin y al cabo, recién habíamos colgado la ropa, y mojada iba a estar de todas formas, fumarse un pucho, sentarse y jugarse un truquito para pasar el tiempo porque con un torrente de agua afuera nadie quiere laburar; hacer tortas fritas, aunque nadie las coma ni sepamos cómo se hacen, porque si llueve hay que hacer tortas fritas; pensar "pobres los autos que tienen que circular por la calle con esta lluvia"; reaccionar que dejamos el auto afuera; dejar de pensar en el auto de los demás y temer por la seguridad del auto propio; pelear 10 minutos consigo mismo entre si nos resignamos o lo vamos a guardar en la cochera; agarrar el piloto, el paraguas, las botas de lluvia, unas antiparras por las dudas... y guardarlos en el placard, ¿Con esta lluvia vamos a salir ahora? ¡Pero por favor!
Una vez que ya hicimos todo esto, podemos sentarnos cómodos a esperar que pase la lluvia. Armamos castillitos con las cartas, porque nadie quiere jugar más de dos partidos de Truco, y la cosa no está para una Casita Robada. Miramos el diario, agarramos una sección, la repasamos... ya la habíamos leído... agarramos otra... ¿Por qué mierda leímos el diario en el desayuno? ¡Ahora no tenemos qué leer!
Nos paramos, vamos a la biblioteca diciendo "Está para leerse algún clásico". Repasamos nuestra vasta colección de libros que, a pesar del polvo que marca su edad, probablemente nunca hayan sido leídos. Finalmente, agarramos el libro Guinness y nos ponemos a buscar quién fue el que se tiró el pedo más largo del mundo.
Escuchamos pajaritos... ¿Es que ha dejado de llover? Prendemos TN de nuevo. Santo nos dice que paró, palabra santa (cuac). Levantamos todas las persianas, abrimos todas las ventanas, guardamos el libro, dejamos las cartas tiradas total alguien las va a guardar, vamos a guardar el auto por las dudas, nos tiramos un rato a descansar, pensando en lo que tenemos que hacer mañana, y dejamos que Dios nos despierte cuando El lo crea conveniente.

jueves, febrero 16, 2006

De cómo ser un asquito en público.

La abuela siempre decía: "En la mesa donde se come no se apoyan los codos", "Siempre cedé el asiento ante una persona en condiciones inferiores". Los consejos de la abuela siempre nos ayudaron a ser mejor persona... ¿No es una pena que ahora nadie los recuerde y todos se comporten como si nadie los viera?
Me refiero en particular a una situación que antes me parecía rara, después me empezó a incomodar y ahora me da asquito... el otro día estaba en el auto, parado en un semáforo, y cuando giro la cabeza, un tachero se estaba metiendo el dedo en la nariz con tanta saña, que parecía que le picaba el cerebro. Ok, yo sé que capaz se estaba rascando la nariz, pero vamos, esto no es Seinfeld. El quía se estaba sacando los mocos con tal pudor, que me daban ganas de alcanzarle un pañuelito y decirle "Tomá flaco, vos lo necesitás más que yo".
Si fuera ese un hecho aislado, sería soportable... pero no, cada vez pasa con más frecuencia. Ahora parece que es lo más normal del mundo esto de sacarse los mocos con los dedos y enfrente de todos. ¿Qué falta? ¿Que hagamos bolitas de moco y las comamos frente a todos?
A mí me traumó una experiencia en la facultad, hace un par de años. Estaba cursando Algebra, y entre mis profesores, había un gordo boludo que jamás en su puta vida sirvió para algo. Cualquier pregunta que le hacías, el quía te dejaba más confundido de lo que llegaste.
Ya de por sí le tenía cierta bronca por eso, pero el colmo fue una clase en que, mientras la profesora enseñaba, el quía este se sentaba en el primer asiento... bueno, dio la casualidad de la vida que a mí se me dio por girar la cabeza en el preciso momento en que esta cosa desagradable se sacaba el moco de la nariz, y no conforme con eso, lo hacía bolita y lo tiraba al suelo. No, posta. Yo ví al quía tirar el moco al suelo como si estuviera jugando al "dedo-futbol". Desde ese día, me impuse una orden de restricción para no acercarme a menos de 10 metros de él...
Loco, en serio, dejémonos de joder, cómo nos vamos a sacar los mocos en público? Si ahora hacemos esto, es cuestión de tiempo para que sea moneda corriente ver a un tipo echarse un garco en plena calle, o hacerse una paja frente a un jardín de infantes.

Comentario al margen... Marita se volvió a España... al menos tuve la satisfacción de hacerle gastar hasta el último centavo.

miércoles, febrero 08, 2006

De cómo cenar en un restaurante.

El otro día, en el tenedor libre cerca de casa, disfrutando una cena exquisita con una compañía no tanto, se me dio por pensar en las curiosidades que afrontamos cuando decidimos que ya tenemos demasiados platos acumulados, y vamos a comer a un restaurante. Este pensamiento, si les soy honesto, me vino al contemplar una botella de Mirinda.
¿Se pusieron a pensar en los malabares que tenemos que hacer cuando vamos a un restaurante y pedimos una gaseosa para tomar? Siempre nos traen esas botellas de vidrio que tienen menos que un vaso, y esperan que nos duren toda la cena.
Encima los guachos saben eso, y siempre te traen primero la bebida, haciéndote esperar para la comida sin otra opción que tomar un sorbo, y acá es donde entra en juego nuestra habilidad. Tenemos la botella de Coca frente a nosotros, con el vaso casi lleno (cortesía del mozo que, por amabilidad, nos sirvió la bebida sin que se lo hayamos pedido. Para profundizar en el tema, lean el libro de Wainraich "Estoy cansado de mí").
Entonces empieza el juego de malabares. Probamos un pedazo de pan... tomamos un sorbo de Coca. Esperamos que el mozo nos tome la orden. Cuando viene, le decimos lo que queremos comer, y tomamos otro sorbo, cuidando que no se acabe lo que tenemos en el vaso, pero confiados que, de acabarse, todavía podemos llenar un vaso más con lo que queda en la botella.
Llega la entrada, y todos sabemos que una entrada no se acompaña con bebida, pero una vez que la terminamos y mientras esperamos el plato principal, terminamos el vaso y lo volvemos a llenar. No sin antes sudar un poco, claro.
Llegado el plato principal, nos llenamos el vaso y tomamos, pero siempre vertiginosamente, deseando que no se acabe, porque ya pasamos el punto límite: Aquel donde lo que queda no nos es suficiente, pero pedir otra botella sería demasiado. Este es el punto de racionalización máxima, donde cada gota es oro puro. Comemos cada bocado pensando "¿Realmente necesito bajarlo con un poco de Coca?".
Es tal el cuidado que tenemos, que para cuando terminamos de comer, en la botella todavía queda bebida y nosotros ya no tenemos sed. Puteamos ahí por aquel momento en que un buen sorbo habría venido bien, pero no lo aprovechamos.
Llega el momento de pedir la cuenta. Estamos acostumbrados a agitar el brazo como señal de que estamos firmando un cheque al aire, a pesar de que nadie paga con cheque una cena. Sin embargo, por más costumbrista que sea, algo nos dice que no tenemos que hacerlo... por alguna razón creemos que nos van a mirar raro si agitamos el brazo.
Tampoco vamos a gritar "Mozo!" bien desubicado, por lo que atinamos a hacer lo que todo hombre razonable haría. Lo miramos fijo con cara de "Necesito algo" hasta que nos mire. En cuanto gire la vista hacia nosotros, asentimos levemente con la cabeza como señal de auxilio. El mozo, acostumbrado, acude en nuestra ayuda.
Ahí, obviamente, no vamos a decirle "Mozo, la cuenta" porque suena anticuado. Simplemente vociferamos "Me cobrás?" y esperamos que venga con esa carpetita negra que solo tiene un ticket pedorro. Uno creería, entonces, que ya está a punto de irse, pero no... ahora falta que el mozo pase a recoger el dinero, y vuelta a lo mismo. Vuelta a mirarlo fijo, buscarlo entre la multitud, con cara de "vení, por favor", deseando que deje de lado la bandeja con sorrentinos, y nos dé bola.
Y culminando la velada, el momento temido, la propina. Lo he visto, la propina supone ser una recompensa por un buen trabajo (para un mayor análisis, miren "Reservoir Dogs" y un capítulo de "3rd Rock From The Sun" cuyo título no recuerdo). Sin embargo, por amabilidad, también recompensamos el mal trabajo. Eso nunca lo voy a entender. Nos atendió como el orto, y, sin embargo, "algo tenés que dejarle!".
A mí me chupa un huevo, si llega a atenderme de nuevo Walter, no le pienso dejar propina... no la merece.

Comentario al margen... ya se me pasó la indignación que sentí dos posts atrás. ¿El motivo? Este: