lunes, febrero 09, 2009

Un día en la mente de un empresario.

Como todos los días, Fernando llega a la empresa a las 9 en punto. Viste su corbata de los martes y ese saco que se compró para el casamiento del hijo de su mejor amigo de la infancia.
La rutina laboral se apodera de él apenas baja del auto, en la cochera del edificio, y se toma el ascensor al tercero. No es un simple empleado más como lo sería el de la limpieza, pero ficha su entrada como todos, en una tarjeta que conserva plastificada para que no se arruine.
Esas pequeñas costumbres son las que hacen a su caracter. Sereno, calmo, pulcro y con un sentido del humor, digamos, costumbrista. No es de hacer chistes ni jodas pesadas, pero disfruta de un buena comedia como cualquiera, y si le cuentan un chiste bueno no se avergüenza de su carcajada.
Luego del saludo de compromiso con cuanta persona se cruza, Fernando ingresa a su oficina. Ahí ya no es más Fernando. Ahí es Señor Vilaroth, "con V corta y H al final" como suele aclarar cada vez que tiene que decir su nombre completo para llenar algún formulario.
Se sienta en su despacho y comienza su pequeña costumbre de todos los días. Prende su computadora e ingresa casi instintivamente a Clarin.com para hacer una repasada a los titulares del día. Dejó de comprar el diario hacía un par de años cuando se dió cuenta que salía tan apurado de su casa, que no tenía tiempo para leerlo. Prefirió mejor leerlo por internet tranquilo. Una solución más barata que, a fin de cuentas, no le molestaba en absoluto.
Apretó el botón del intercomunicador y llamó a su secretaria para que le traiga su cafecito con un toque de crema, y las novedades del día. Mientras esperaba que llegara, respondió un par de e-mails, chequeó su agenda y prendió el Winamp. No es que sea melómano, pero disfruta más de su día si tiene un poco de música de fondo.
Por esos parlantes simples que traen las computadoras nuevas, empezó a sonar "Melancholia", de Duke Ellington. Fernando era aficionado al jazz y al blues, así que no era raro encontrar ese tipo de música entre su lista.
Su secretaria golpeó dos veces y esperó que el Señor Vilaroth la dejara ingresar. Entonces entró con unos cuantos sobres y un anotador en su mano. Tenía una pollera roja que llegaba hasta sus rodillas, y una camisa blanca abotonada casi hasta el cuello. Uno podría decir que era una mujer atractiva, pero sería más certero afirmar que supo serlo en su juventud. Llevaba esos anteojos clásicos de secretaria, con un marco negro bastante ancho, y su pelo recogido.
Se acercó hasta su jefe y le dió su reporte diario. Algunas buenas noticias, algunas malas, lo usual. Se fijó en su anotador y le comentó que la empresa estaba evaluando sacar un nuevo producto al mercado. Y como siempre, su presencia era necesaria ya que, sin él, era probable que cualquier elemento que saliera a la venta careciera de éxito.
Fernando hacía las veces de catador y a la vez de creativo publicitario. Su tarea consistía en probar cada nuevo producto, y en base a las sensaciones que le producían, inventar un nombre de fantasía para identificarlo.
Podía considerarse un trabajo menor, pero los directivos sabían que el nombre de un producto es tan importante como el producto mismo. Sin embargo Vilaroth no se avergonzaba de su empleo. Si bien no lo mencionaba como "inventor de nombres" aunque esa fuera la descripción más exacta, simplemente se refería a él como "creativo publicitario".
Luego de realizar algunas tareas, Fernando se dedicó por completo a su nuevo encargo. Tomó el producto con sus dos manos, lo accionó y se dejó inspirar. Sabía que no sería tan simple... hasta a las mentes más brillantes les llega la inspiración recién después de varios días... pero ese día se sentía con suerte, sentía que no le llevaría mucho tiempo.
Se dejó inspirar uno, dos, tres minutos, y el efecto pasó. Volvió a accionarlo y sintió una vez más ese aroma que le indicaba que estaba por encontrar el nombre perfecto.
Se recostó sobre su silla con los ojos cerrados y se puso a imaginar. Quien lo viera de afuera pensaría que estaba dormido. Recostado, con los ojos cerrados, y escuchando dulce jazz. Sin embargo Fernando no dormía en su trabajo, para eso gozaba de un buen sueño en su casa.
Perdió noción del tiempo. En su mente pasaron horas y días enteros, pero sin embargo tan solo habían transcurrido 20 minutos, cuando recibió el golpe de la inspiración.
Se levantó de su silla de un sobresalto, y dijo en voz alta, aunque nadie hubiera ahí para oírlo, el nombre con que, de ahora en más, se conocería al nuevo producto de la empresa: "¡Poett Brisa de Montaña!"