sábado, agosto 23, 2008

De cómo amar y seguir amando a Les Luthiers.

Krusty comentó cierta vez lo exaltante que es poder presenciar hechos históricos. Decía "1969, el hombre camina en la luna. 1971, el hombre camina en la luna... de nuevo. Luego, por mucho tiempo no ocurre nada", y es ahí donde yo agrego "hasta ahora".
22 de Agosto de 2008, en la bella ciudad de Rosario, en el Teatro Fundación Astengo, a las 21 hs.
Les Luthiers realiza el estreno mundial de su nueva obra, Lutherapia. Y Cosme Fulanito, quien les escribe, presencia el acto desde el primer asiento de la primer fila.
No voy a contar sobre el espectáculo en sí porque no quiero arruinarle la alegría a nadie. Solo voy a comentar mis impresiones, que nada adelantan y nada arruinan.
En primer lugar, y como apertura de esta bonita crítica, debo decir que el grupo remontó muy bien con respecto a su espectáculo anterior, Los Premios Mastropiero. Ese show, si bien no era malo, dejaba bastante que desear... más aún para los que esperábamos un poco de material nuevo después de 3 años de Las Obras de Ayer, un show compuesto por obras viejas.
En esta ocasión, Lutherapia viene fresquito y con muchas cosas muy graciosas. Y con muchos guiños para los fanáticos... por ahí son mencionados personajes viejos que solo los que conocen bien al grupo van a saber identificar.
El show es casi casi nuevo en su totalidad. Solo dos obras son refritadas de viejas épocas y adaptadas a este nuevo espectáculo. No voy a decir cuales, por si las moscas.
Una cosa que sí puedo contar, y que no me gustó demasiado, es que, al igual que en Los Premios Mastropiero, acá una vez más el show entero transcurre bajo una misma temática. En el show anterior era una entrega de premios, en éste, es un hombre (Rabinovich) y su psicólogo (Mundstock), lo que explica el título Lutherapia.
Hay muchas cosas para comentar y nada que pueda decir por temor a arruinarle la alegría a alguien, así que el que quiera detalles, me pregunta. En definitiva el show me pareció muy bueno, un regreso que era más que esperado y me dejó con ganas de más. Ganas que, obviamente, saciaré yendo a ver este mismo show una y otra y otra vez.
Y los típicos nervios del estreno esta vez estuvieron más que presentes. Hubo varias equivocaciones, varios balbuceos, varias tentadas... y varias acotaciones improvisadas del tipo "Es que estamos en el estreno".
Luego del show, como para que la fiesta continúe, fui a comer con un grupo de fanáticos. Comí bien, charlé, la pasé bien, y tuve el honor de contar con la presencia, una vez más, del señor Carlos Nuñez Cortés que se prestó a participar de la reunión, a firmar autógrafos y sacarse fotos por doquier. Un caballero, realmente.

A continuación, y como sugiriendo el final... la prueba del cohecho:
Photobucket

lunes, agosto 18, 2008

De cómo tomarse la vida relajado

A usted seguramente le pasó esto alguna vez... se va a sentir identificado, hágame caso. Escuche, o mejor dicho, lea esta narración y dígame si no sintió lo mismo en alguna ocasión, yo sé que sí.
Podría gastar un par de párrafos más explicando cómo usted va a saber relacionar lo que voy a contar con alguna experiencia propia, pero me van a calificar de chanta y no es mi intención (¿no lo es?) dejarle a usted esa impresión de mí. Por lo tanto, pasemos al relato propiamente dicho.
El sábado pasado salí a la noche con una hermosa compañía, y fuimos a uno de esos bares con nombre ridículo que son tan convenientes para cuando no sabés a dónde ir y querés quedar bien. La cuestión sobre este lugar es que, así como tiene una amplia carta de tragos y demás brebajes para pasar un buen rato, también ofrece un completo menú gastronómico para que puedas cenar ahí y quedarte hasta el provechito.
Dada dicha situación, y el hecho de que nosotros éramos solo dos personas que no íbamos a comer, nos vimos forzados por los dueños del lugar a no conformarnos con dos simples bebidas. Para que valiera la pena nuestra estancia (y cómo cuidan a la clientela ahí, eh!), tuvimos que pedir varias cosas hasta alcanzar un importe mínimo de $30.
Vuelvo a repetir, nosotros no habíamos ido a comer... así que nos atiborramos de bebidas. Bah... la pluralización me parece que sobra acá. Yo me atiborré de bebidas.
Hasta ahí todo bien, me bajé dos Cocas y un Red Bull pero estaba bien, relajado... completamente despierto e hiper-activo, pero relajado.
A continuación decidimos continuar nuestro tour por la city y desembocamos en ooootro bar. Esta vez, dado que este segundo lugar era más para "ir a tomar algo" y punto, no nos exigieron pedir bebidas para un armamento... pero sí teníamos que pedir algo, porque no todos son generosos como McDonald's que te dejan quedarte sentado en las mesas, hacer un asado, escribir una novela, tener una reunión de alcohólicos anónimos, y jugar un picadito, sin siquiera verte obligado a pedir unas papas medianas.
En fin... pedimos más Coca, como para despuntar el vicio. Y yo, una vez más, estaba tranquilo... relajado.
Es aquí, mi querido lector, en este preciso instante, en que quiero que usted se relacione conmigo. Imagine la situación: Habían pasado en mi haber ya tres Cocas y un Red Bull, y sin haber comido nada en el medio. Y yo estaba relajado.
Llego a mi casa y entonces ocurre... sucede exactamente en el momento en que abro la puerta de entrada. No pasó antes, en el camino de vuelta. No pasó en el trayecto de la cochera a mi hogar. No pasó en toda la noche. Pasó en el momento en que puse la llave en la cerradura...
Toda esa relajación que sentí durante la noche se fue por el excusado... o mejor dicho, ahora estaba clamando por irse por el excusado.
¿Ve a qué me refiero? ¿No le ocurrió nunca eso? Sentirse tranquilo toda la noche, no tener la más mínima ganas de desagotar (no es fino, señora?), y sin embargo, en cuanto su cerebro detecta que está cercano a un baño, de repente todo cambia. De repente descansar la vejiga es para usted la tarea más importante del mundo. En ese corto trayecto usted no puede caminar, se tambalea, baila, hace piruetas... no sabe cómo contenerse hasta que, por fin, entra al cuarto, manotea como puede el interruptor de luz, levanta la tapa (si es hombre) y... ¡El cierre del jean se trabó!

martes, agosto 05, 2008

De cómo ganar un lugar de privilegio.

Buenas noches tengan ustedes y que la dicha sea con vosotros, o sea ustedes. Vengo a contarles un cuento de actualidad, una de mis visiones del mundo... es decir, otra anécdota más de colectivos.
Dado que mi queridísimo Vivace se encuentra actualmente clamando por su vida en un humilde taller mecánico del barrio de Caballito, me veo en la obligación de retomar mis viejos hábitos de viajar en colectivo. ¿Sabía usted que ahora sale $1 el boleto? Sí, posta, ya no sale $0,40! A dónde iremos a parar?
En fin... hoy tuve que hacer un caricatunesco viaje en el cómodo colectivo de la línea 2... bueno, cómodo cuando viene el bondi grande, el que se parece a los bondis actuales, no esa cafetera horrible recontra chica que no sé cómo puede seguir circulando por la Capital Federal. Estoy seguro que ese tipo de bondis fue el que se tomó San Martín para cruzar los Andes. Tuvo que pagar $1,20 porque era pasando la Gral Paz.
Como decía, viajaba en el colectivo, y noté algo que todo el mundo nota, todo el mundo sabe, pero nadie lo comenta. Al menos no el momento.
Debido a la increíble concurrencia del transporte (poder de convocatoria que le dicen), me ví obligado a viajar parado, cosa que no me molestaba más que por el hecho de que yo quería leer y se hace jodido con gente alrededor y agarrándose de una manija.
La curiosa escena se presentó a continuación. ¿Vio esos asientos para tres que están en el fondo? Esos que tienen un asiento solo que sigue la fila y dos descolgados que quedan apuntando al pasillo. Bueno, el asiento del medio de esos dos acababa de desocuparse.
Normalmente uno no ambicionaría ese asiento. Todos sabemos lo horrible que es ser uno de los dos únicos descolgados que miran al pasillo, y encima con la desgracia de tener que estar apretado por dos personas a ambos costados. Pero cuando un colectivo está lleno hasta la médula, hasta el huequito entre la máquina expendedora es un buen proyecto de asiento.
La cuestión es que dicho asiento se liberó, y aquí ocurrió lo que todos sabemos y nadie menciona. Aquél tipo que estaba en la otra punta del colectivo, apoyado contra la baranda para discapacitados, vio el lugar vaciarse y decidió tomarlo. No importa que hubieran unas 40 personas paradas en el medio, el lugar es legalmente de él por haberlo visto en la lejanía. Pero, claro, no va a demostrarlo públicamente porque la gente podría lincharlo y perseguirlo con antorchas, como indica la ley que se debe actuar ante un caso así.
En su lugar, va a acercarse al lugar de a poco. Primero se acerca hasta el caño del medio... empujando a todo el mundo a su paso. Ah, sí, él intenta conseguir el asiento disimuladamente, pero no le importa derribar a cualquier persona que se le interponga. Una vez ahí, intercepta a alguien que quiere ocupar dicho asiento. Piensa "qué hijo de puta, cómo se atreve a robarme el lugar, ese pobre viejecito que lleva tres horas parado al lado del asiento con las rodillas temblándole... y encima embarazado?".
Como le importa un carajo, sigue avanzando veloz pero furtivamente entre la muchedumbre. Elude a uno, empuja a otro, tacklea a un tercero y llega a estar cara a cara con el viejecito. A esta altura nada importa, el asiento está ahí y la posibilidad de disimular que no le interesa se esfumó.
Se para frente al asiento. Mira al viejo, el viejo lo mira. En sus miradas se nota la intención de ambos. El viejecito pone sus ojos de ternura, los que le hacen ganar cualquier lugar en el colectivo, en la fila del banco, del supermercado, y en Sunset de Olivos cuando va todos los sábados a la noche a mover el esqueleto con sus amigos Zoilo y Fermín...
El hombre pone su cara de hombre serio, su mirada recia y finalmente decide poner fin a la contienda. Patea el bastón del dulce anciano y éste cae de costado en una forma tan típica del slap stick.
Finalmente, ocupa el lugar, se acomoda y mira hacia adelante (obligado por el hecho de estar apretado entre dos personas y, por tanto, no poder mover siquiera el cuello). Se absorbe en sus pensamientos sin importarle la crueldad con la que consiguió su butaca y nota que, adelante, en los asientos de uno, exactamente al lado de donde estaba parado en primer lugar, se desocupó un lugar.
Toma coraje, respira fuerte, le reza a Dios y salta...